Con motivo de la exposición ‘À procura do Tempo’, Antonio Maura escribió este relato. | traducido por Cecilia Ceriani al ingles – seleccionar idioma en el traductor a pie de pagina –
LA CASA DEL TIEMPO
Time present and time past
Are both perhaps present in time future,
And time future contained in time past.
If all time is eternally present
All time is unredeemable.
T.S.Eliot
Évora tiene una calle y una casa donde habita el tiempo. La pequeña ciudad es como un cuerpo dormido en la explanada del mundo y la casa semejante a un corazón que palpitase en sus entrañas. Una calle -Rua dos Mercadores- y una casa que alientan tiempo como nosotros aventamos la voz. Hasta sus puertas llegué y me dejé arrastrar a su interior impulsado por un instinto confuso y fosco. Dentro me esperaban la luz de un hogar y el resplandor de las imágenes. Évora tiene una casa, me dije, donde habita el misterio. Y el misterio estaba en tierras desconocidas por antiguas, en paisajes de piedra, en manchas como cortinas de lluvia. Eran menhires -Cromeleque dos Almendres- y eran mapas. Eran libros -À la recherche du temps perdu- y eran viejos periódicos con siluetas y letras descoloridas. El misterio, me dije, habita en los pliegues del tiempo.
Y vagué por mares insospechados, por azules y por verdes, por vagos amarillos y por rojos como venas que latieran en la intimidad. Me condujeron -los libros, los mapas- a los raros, desconcertantes lugares del origen: continentes y océanos, inmóviles animales -los menhires- que observaban la charca quieta del pasado, de lo que ya fue y nunca será. Busqué en un periódico mi rostro y di con el gesto anterior a mí que me caracteriza. Iba, venía. Desde un anaquel el tiempo -Le temps retrouvé- se me ofreció en una vasija llena de palabras líquidas. Bebí como se bebe un licor espeso, como se bebe un recuerdo, y descubrí la llave que abre y cierra el cofre de la memoria.
La guardé en mi bolsillo, en las arrugas de mi piel, y seguí embriagado por sueños que no eran míos, subí.
Subí. El tiempo me miraba sin siquiera verme. Eran sus ojos ciegos y móviles, rítmicos y opacos como los de un reloj, como los de aquellos que vi en el primer piso de la casa. Allí, en nichos excavados en las paredes, los relojes tenían su propia vida y medían el tiempo como hacen nuestros organismos. En uno el péndulo era como una lágrima que nunca acababa por desprenderse de su párpado. En otro un blanco horizonte que subía y bajaba siguiendo las extrañas leyes de la mar. Había mecanismos que contaban horas imposibles sobre mudos despertadores para los que no han deseado nunca salir del sueño y tubos que recogían el polvo de las edades. Había tantos relojes como pájaros cantan en la floresta. Y frente a ellos, una silla. Y junto a la silla, una ventana. Y más allá de la ventana, el día y la noche: vivo reloj sin péndulo. No, no eran pájaros, sino una pequeña selva animada. No había péndulos, sino ramas. No eran mecanismos ni manillas, sino hojas. No había esferas, sino corolas. Y gemían los relojes, las ramas, entre las paredes como en paisajes impalpables. Subí para ver el rostro puro del tiempo y hallé pájaros y espesuras. Y ojos ciegos. Subí para arrancarme la máscara de carne, para entregarme más allá del cuerpo, y sólo pude ver el horizonte inalcanzable de un tiempo sin conciencia, de un tiempo, me dije, que ha quedado impreso en las agendas, los calendarios y en estas aves mecánicas, que cantan sin saber, sin alma. Más allá de la ventana, el tiempo palpitante, inalcanzable, y dentro su huella, como la de una bestia descomunal y remota que mira sin ver, que sufre sin dolor.
Entonces los vi y ellos me vieron: eran los frágiles, pequeños objetos que hemos sabido labrar con nuestras vidas: la vasija de cristal donde guardamos nuestras lágrimas, el frasco lleno de los momentos únicos que, como pétalos, no pierden su color ni su aroma, el ajedrez con el que jugamos la única partida que nos importa, la pálida libreta en la que no pudimos dibujar nada, el número de teléfono que nunca marcamos. Los objetos me miraban como pequeños seres a los que queremos y todavía nos quieren. Y entonces me giré y miré a tu rostro impenetrable,
Tiempo, a tus ojos insensibles, y te arrojé la llave, que cierra y abre el cofre de la memoria, y grité tan fuerte que los pájaros y las ramas dejaron de oirse y sólo sonó un reloj en la espesura: mi propio corazón.
Todo tiempo es irredimible. Nosotros somos apenas esculturas de carne: criaturas que vivimos mientras nos trabaja el cincel del tiempo. Nunca estamos completos y la muerte sólo es un momento, nunca la obra concluída. Nosotros crecemos y nos perdemos en la memoria como en un desierto donde no hay caminos, sólo espejismos. Nosotros, esculturas de carne, que un dios modela y deshace infinita, interminablemente como un amante insatisfecho. Todo tiempo es irredimible. Sin embargo, sólo cuando pienso en mi sombra, cuando miro tu rostro multifacético -mi propio rostro- descubro en él al niño que yo he sido, al adolescente, al hombre y a la mujer. Sólo así, siendo especie y, por encima de la especie, siendo materia viva me reencuentro más allá de mi propio tiempo, en el espacio neutro de un sueño que ya no es mío ni tuyo ni de nadie, que es nebulosa sobre el lecho en el que dormimos, en el que amamos y en el que morimos de una muerte ajena. Sólo así, siendo figuras centuplicadas, como arena, como polvo de estrellas, como jirones de recuerdo que ya nadie conserva en la memoria, sólo así podremos redimirnos y habitar en la morada del tiempo: nuestra casa.
Antonio Maura
traducido al ingles por Cecilia Ceriani
Agradecimientos
Rafa, Coque y Alfredo, por su colaboración y apoyo día tras día.
Rafa, una vez más, por ofrecerme alguno de sus recuerdos.
Henriette y Fausto por ayudarme toda una vida, educar mi tiempo y reunir mis memorias.
Alexandra y Rui, por ceder su imagen y por ir creciendo.
Pierre, por encontrar, en Dakar, » À la Recherche du Temps Perdu «.
Javi, por utilizar el ratón.
Elena, por su información sobre la impresión digital -!tiempos modernos!-.
Antonio, por sus palabras.
Cecilia y Zé, por las palabras traducidas.
Teolinda, por su hospitalidad.
Nacho, por el diseño, como siempre, y sobretodo por aguantarme tanto tiempo.
De 4 a 30 de mayo de 2002 | Teoartis Galeria E | Rua dos Mercadores, 94 · Évora · Portugal